1.1. La naturaleza como esclava generosa. El carácter ilimitado de los recursos

La primera de las posiciones ha sido la dominante durante la Edad Moderna, a partir de las intuiciones de Bacon y Descartes, para quienes el sentido del conocimiento no consistía en hacer al hombre capaz de desvelar el sentido de la realidad ni de hacer buena la vida, sino de dominar sin condiciones la naturaleza. Esta concepción persigue la autosuficiencia del individuo, la autarquía, y para ello cree necesario dominar incondicionalmente la naturaleza, a la que considera como una esclava generosa. Desde este perspectiva se niega tanto al dependencia del hombre respecto a la naturaleza como la necesidad del cuidado de la misma por el hombre.
La razón aparece como intemporal, no condicionada por las circunstancias, dado el carácter ilimitado del espacio y de los recursos. Es la mentalidad que puede designarse como dominiocéntrica y crematíustica, la cultura de la megamáquina y de la mercancía.
Se trata de una actitud optimista, en cuanto cree que basta con la industria para acabar con la escasez, ya que los recursos naturales son infinitos y las guerras y las armas desaparecerán con el puro desarrollo industrial.
A diferencia de lo que ocurría en la mentalidad anterior, en la que el hombre veía la naturaleza como un don precioso, del que dependía para supervivencia y que debía compartir con los otros, ahora el hombre se ve distanciado de la naturaleza, y también respecto a su propio cuerpo. Éste es un objeto, una res extensa, frente al verdadero sujeto, que es el espíritu, la res cogitans. La relación entre ambas es una relación de subordinación, de dominio. El sujeto es dueño del objeto, la naturaleza es un puro tener al servicio del sujeto.
En el cartesianismo se enfatiza la diferencia del hombre respecto a la naturaleza, al considerar que el hombre es res cogitans olvidando su dependencia respecto a la naturaleza (res extensa). “Yo soy una cosa que piensa o una sustancia, cuya esencia es el pensar y carente de extensión. Tengo un cuerpo, que es una cosa extensa que no piensa. De ahí que mi alma, por la que yo soy, es completamente distinta de mi cuerpo y puede existir sin él” (Descartes, 1641), con lo que propende a confundir la libertad con la independencia, respecto al orden de la creación hecho en el que incidirá en nuestro siglo Sastre. A su vez la tarea de la filosofía práctica consistirá “en hacernos dueños y poseedores de la naturaleza” (Descartes, 1637).
La naturaleza queda reducida a simple objeto, a fuente de recursos, lo que abrirá paso a la mentalidad industrialista depredadora, que ve al hombre dependiente sólo de la civilización, pero no de la tierra: “Lo cuál es muy de desear, no sólo por la intervención de una infinidad de artificios que nos harán gozar sin ningún esfuerzo de los frutos de la tierra, y de todas las comodidades que hay en ella” (Descartes, 1637).
A su vez, la propiedad se concebirá como el ius abutendi de los romanos, lo que posibilitará el dominio de la megamáquina (Mumford).
Las características del hombre en su relación con la naturaleza son las del dominio incondicionado, así como las del optimismo progresista respecto a las condiciones del futuro. Éste siempre será mejor que el pasado, por el avance del dominio. En cualquier caso, el artefacto creado por el hombre podrá sustituir a la naturaleza a través de la simulación, y lo simulado es superior a lo originario, porque carece de sentimientos, de impulsos, de debilidades.

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