1.3. El predominio de la razón instrumental e instantánea. La barbarie de la megamáquina

Pero es en Saint-Simon en quien culmina esta mentalidad tecnocrática. En 1817 pondera el papel de la producción o del “ejército industrial” como clave de la prosperidad social presente y futura. En 1820 dirá que el dominio sobre la naturaleza implica el fin de la lucha del hombre contra el hombre. El desarrollo tecnológico industrial de las armas (p. 489) acabará con las guerras, al poner a los militares bajo la dependencia de los científicos y técnicos, claramente pacifistas. Cree además que el sistema industrial acabará con la miseria y el hambre, pese al incremento de la población (p. 488). El carácter maravilloso de la sociedad como colaboradores, y no como subordinados. De este optimismo industrialista participará también Marcuse (pp. 29-31, 149 y 226), que considera que el industrialismo moderno ha acabado con la escasez, con la ananke clásica.
Esta mentalidad tecnocrática suponía la idea de la infinitud de los recursos, y la consideración de la naturaleza como material disponible ilimitadamente para la producción, de tal modo que los bienes naturales son devaluados por su abundancia, serían bienes libres, en la terminología económica; lo que cuenta son las mercancías, y desde la crisis del 29, su venta, dado que la depresión se produce por un exceso de productos que no logran ser vendidos. Junto a la producción, se fomenta desde ese momento cuanto incentive la venta, el marketing.
El ser humano es visto como un ser activo, pero cuya actividad se concreta sobre todo en la producción técnica de mercancías. Interesan las personas en cuanto pueden ser compradores y las riquezas naturales en cuanto pueden ser utilizadas como recursos. La biodiversidad debe ser protegida a través de la conservación de los diferentes genes, que haga posible su reproducción futura. El pluralismo cultural, en cambio, es considerado un mal, ya que existe un único modelo de civilización: el que defiende la administración ilimitada de los recursos.
En esta posición, no existen problemas ecológicos de carácter ético pues serán resueltos por el sistema económico. Esta filosofía de la frontera, o “ética del cowboy”, es la posición dominante en la Modernidad y en el mundo nordoccidental. Confía plenamente en el poder tecnológico y considera que los pretendidos problemas ecológicos se resuelven todos ellos gracias a la ciencia y la técnica, y en concreto gracias a la simple extensión del modelo de la economía de mercado. “Si se pudiera desarrollar la energía de fusión, los problemas energéticos se resolverían; si pudiéramos convertir petróleo en proteínas, se acabaría con el hambre; el desarrollo de nuevos medicamentos alejará cualquier amenaza de crisis sanitaria”, comenta irónicamente Schumacher (1981, p. 183). (De esta mentalidad participa el propio informe Bruntland, Nuestro futuro común, que considera que el Sur es el principal responsable de la contaminación a causa de su pobreza, así como el conjunto de las obras del pretendido pensador ecológico Lovelock, autor de la hipótesis Gaia, que atribuye todos los problemas ecológicos a la explotación arcaica del Sur).

La posición tecnocrática puede ser calificada de bárbara, debido a su carácter etnocéntrico, al pretender aparecer como the best one way posible de civilización, con desprecio para el resto de culturas. De ahí también sus limitaciones para combatir la guerra, principal factor de destrucción ecológica, tal como se ha visto recientemente en experiencias como Vietnam o Irak. Por lo que se refiere al problema del hambre, los medios propuestos son inadecuados para resolverlo, dada la creencia en el carácter ilimitado de los recursos naturales, que conduce a la sobreexplotación del suelo y, con ello, a la desertización, a la contaminación del agua y del aire.
El problema ecológico es visto sólo como un problema técnico, que se resolverá de suyo sin necesidad de reducir el consumo, mediante el fomento de los productos considerados verdes.

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