2.3. Deep ecology: la equiparación de la especie humana al resto de las especies

En el extremo opuesto al cartesianismo, en las tradiciones religiosas orientales, hinduismo, budismo, taoísmo, se pierde de vista la diferencia entre el hombre y el resto de la creación y se enfatiza el igual respeto por todo lo viviente. Ello es especialmente evidente en la versión del budismo que se conoce como jainismo o jinismo. Esta actitud será compartida parcialmente por autores como Schweitzer, según la cual sería ilícito atentar contra la vida en general. Es verdad que de hecho en esta posición se reconoce implícitamente la jerarquía de seres vivos, y se acepta eliminar otras vidas si ello es inevitable para salvar la vida humana (Skolimowski).
Mucho más radical es el punto de vista defendido por los partidarios de la deep ecology (Devall/Sessions, Guattari, Serres), para los que la reducción o aún eliminación de vidas humanas es indispensable para la subsistencia de la vida en general. En esta última posición hay una exaltación de la naturaleza salvaje, y el olvido de la naturaleza cultivada por el hombre. Nada más alejado del cristianismo que esta nueva gnosis, que expulsa del hombre su consideración de imago Dei: no hay libertad, ni intencionalidad, ni proyecto en el hombre; por tanto, ni culpa, ni responsabilidad.
El término deep ecology aparece en una célebre conferencia pronunciada por el filósofo noruego Arne Naess en Bucarest en 1972, en la que contraponía tal término al de shallow ecology. Pero el libro más significativo en esta dirección es el publicado con este título por Devall y Sessions, en 1985.
Parten de un panteísmo de signo spinosiano, que resacraliza la naturaleza, conectando con el budismo y el taoísmo (Devall/ Sessions), y culpan al pensamiento monoteísta de dualismo y de expolio de la naturaleza. Así, Sheppard (en Devall, cap. 10, pp. 177 ss.) considera que el monoteísmo ha roto los lazos sagrados del hombre con la tierra y ah conducido al capitalismo, fascismo e imperialismo, al establecer una jerarquía entre el hombre y la tierra, ya que lo más grave es que “los hombres sean considerados individual o colectivamente más valiosos que las especies amenazadas” (p. 127).
La persona se disuelve en la naturaleza: “Las partes de las que soy constituido siempre han existido y continuarán existiendo mientras exista la vida sobre la tierra. Lo que cambian son las relaciones implicadas entre especie y ambiente”.
La oposición al monoteísmo va unida a la oposición a la agricultura y su visión del tiempo como lineal, y no circular, y en general la concepción de las relaciones hombre- naturaleza como algo basado en el cuidado y la administración. (pp. 121 ss.). Por ello, para la deep, la idea de administración es inadmisible en cuanto se basa en la jerarquía hombre-tierra, que está totalmente fuera de lugar. (p. 126).
La deep dirige contra el monoteísmo la misma acusación que contra el humanismo: el dualismo – con olvido de que ¡somos y debemos pensar como una montaña! O como uan serpiente – y el chovinismo humano – con olvido del igualitarismo biocéntrico – (pp. 126 y 178). En esta posición, el humanocentrismo es visto como chovinismo humano (Devall/Sessions, cap. 3 y cap. 10).
Se trata de defender ante todo la diversidad de todas las especies, teniendo en cuenta no sólo la diversidad genética, sino también la diversidad regional, que incluye el respeto al hábitat (p. 127), así como la diversidad de culturas (p. 83). A tal efecto, resulta esencial la defensa de la vida salvaje, en cuanto que los animales salvajes deben servir de ejemplo al hombre para su mejor hominización (cap. 7, 1 y 2, p. 167). A su vez, “la diversidad de las especies y el proceso de su evolución no pueden ser mantenidas conservando plantas y animales en zoos y laboratorios” (p. 127), como pretende la mentalidad tecnocrática, ya que lo importante es la evolución de la relación de las especies en el ambiente (p. 127). Para ello hay que tratar de volver al modo de vida propio del paleolítico, con la caza y pesca, como único modo de conservar la biodiversidad regional (p. 180) (aquí puede verse la convergencia con el darwinismo social).
Calidad de vida (p. 81) se opone sobre todo a cantidad de vidas humanas. “Todos los esfuerzos deben ser dirigidos a reducir la población, utilizando medios pacíficos” (p. 171) aunque se discute sobre tales medios, anticonceptivos, aborto, (cap. 5, 4º principio, p. 80). Por otro lado, y lo que es más importante, “la prosperidad de la vida humana exige una disminución de la población humana” (cap. 5, p. 78).
De ahí la propuesta de A. Naes de reducir la población humana mundial a un máximo de cien millones de habitantes. Lovelock se había conformado con reducirla a quinientos millones. Desde tal perspectiva se recupera radicalizándola al máximo la tradición maltusiana (pp. 79, 78, 239), incidiendo en la stesis de Catton/Dunlap sobre la limitación de la capacidad de carga de la tierra (p. 239), la tesis de Aldoux Huxley, de Broker (pp. 107 ss.), fundador del Sierra Club, y de Amigos de la Tierra, de Paul Ehrlich, y de Garret Hardin, cons u hostilidad a toda política asistencial que pueda favorecer la natalidad, El más explícito en los métodos a seguir para lograr esta reducción drástica de la población ha sido hasta ahora William Airen: “Una mortalidad humana masiva sería una buena cosa. Nuestro deber es provocarla. El deber de nuestra especie frente al medio ambiente es eliminar al 90 por 100 de nuestros efectivos” (cit. En A. Berque, pp. 63 ss.).

“Una mortalidad humana masiva sería una buena cosa. Nuestro deber es provocarla. El deber de nuestra especie frente al medio ambiente es eliminar al 90 por 100 de nuestros efectivos” William Airen

El bien a proteger es la diversidad genética y cultural. Pero, para la deep, no basta con defender sólo los genes de cada especie humana para su eventual reproducción futura, sino que es necesario defender los nichos ecológicos, especialmente las selvas, (pp. 127 ss.). Lo verdaderamente básico es la evolución de las especies. (cap. 10 al final, p. 182).
Lo valioso sigue siendo el evolucionismo, y no la genética. La deep es esencialmente evolucionismo; de ahí su entusiasmo por autores como G. Santayana o A. Huxley.
En esta línea se encontrarían autores como Lévi-Strauss, quien declaraba que “el único sentido de lo sagrado que poseo está vinculado a la contemplación de una planta o de un animal. Todo lo que amenaza su supervivencia me hace sufrir”. Y más radicalmente Cioran, quien considera que la principal amenaza del planeta está constituida por la multiplicación de la especie humana.
Lo desacertado de este planteamiento es la defensa de un igualitarismo de la biosfera en que se equiparan los derechos de los hombres con los de las plantas. De este igualitarismo biocéntrico parecen participar las ecofeministas del Norte, como Carolin Merchant, que defiende la igualdad de los sexos, pro analogía con la igualdad de las partes del ecosistema, lo que no puede resultar más inhumanista.
Por tanto, esta defensa de la biodiversidad ecológica debe ser nítidamente diferenciada de la realizada por los países del Sur, concretamente en la reciente Cumbre de Río, cuya finalidad sería conseguir compensaciones económicas y tecnológicas, especialmente de carácter farmacéutico, de los países del Norte a cambio del permiso para utilizar sus reservas biológicas (y que no logró el apoyo de Estados Unidos). Aquí la finalidad era humanista, mientras que en los defensores de la deep ecology, la finalidad es inhumanista, o biocéntrica, concretamente darvinista.
La deep no hace por tanto sino continuar la línea abierta por Malthus, autor al que citan con reverencia (p. 59), y que habría sido seguida por neomalthusianos como Paddock, W y R. Ehrlich, Hardin, los sociobiólogos Potter (1988) o Eugen Odum (1989), que consideran necesario controlar la natalidad para hacer posible la supervivencia de los individuos humanos más aptos (selección natural). Paddock clasificaba los países según su posibilidad de autosuficiencia alimentaria, considerando que no deben ser ayudados salvo aquellos que puedan ayudarse a sí mismos. G. Hardin cree que la ayuda alimentaria, en cuanto tiende a incrementar la población, es más peligrosa que la bomba atómica. Es más coincidiendo con los postulados de la sociobiología, considera que “la asignación de derechos al territorio debe ser defendida si se quiere evitar una ruinosa carrera a la procreación. Es improbable que la dignidad y la civilización puedan sobrevivir en todas partes. Es mejor entonces que se asegure en algunas partes que en ninguna. Minorías privilegiadas deben actuar como fiduciarios de una civilización, amenazada por buenas intenciones desinformadas” (componer, p. 353).
Ehrlich propone un gobierno mundial para hacer frente a los problemas ecológicos, en los que de hecho se establecería una dictadura de los países desarrollados, los más aptos, sobre los subdesarrollados, basada en un control demográfico radical. Se considera que el incremento de la natalidad es injustificable ya que la supervivencia de la especie requiere control y reducción del número de sus miembros (Odum, p. 270). Hay por tanto una indiferencia por la suerte de los sujetos individuales considerados imposibles de proteger. No hay posibilidad de solidaridad sincrónica total: sólo en relación con los más aptos.
Lo más positivo de esta posición puede estar en la conciencia de la exigencia de ecologizar la economía, extendiendo la preocupación del corto al largo plazo, y adaptándola a la cadena trófica mediante el reciclado de residuos. Hay en este sentido una cierta solidaridad diacrónica con las nuevas generaciones, descendientes naturalmente sólo de los más aptos.
Lo más acertado de la deep ecology puede estar en la idea de la pluralidad de usos de la naturaleza distintos del económico, por ejemplo el estético, el del equilibrio interior (sobre ello, Leopold).
La deep ecology yerra al considerar que existe un conflicto entre hombre y naturaleza, igual que la tecnocracia pero al revés. La conexión entre ambas posturas ha sido captada por Al Gore (pp. 199 ss.). En ambos casos se presenta a los seres humanos como seres extraños a la tierra, como depredadores, sólo que en una cosa eso se valora positivamente y en la otra negativamente. El verdadero conflicto se produce entre hombre y megamáquina crematística. En ambos casos se desprecia que el hombre sea el único ser capaz de cuidar de la naturaleza, como se ha subrayado desde el Génesis, ya que ello va unido a la aborrecida agricultura.

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