5.2. El conservacionismo de la World Wildlife Fund

El movimiento ecologista no es nuevo, ni tiene sus orígenes en 1970 con la declaración del Día de la Tierra en Washington. Tampoco lo es el movimiento “conservacionista” que se atribuye la intención de “preservar” a la naturaleza fuera del alcance de los seres humanos. Algunos creen que el asunto del conservacionismo se remonta al veneciano Giammaría Ortes, que escribió un “ensayo sobre la población” del mismo tono sombrío que el de Thomas Malthus, quien lo plagió sin vergüenza alguna. También influyó Giammaría Ortes sobre el inglés Bernard Mandeville (1670-1733), quien afirmaba que “la bestialidad y el mal son el estado natural del hombre” – quizás por su experiencia personal de convivir entre los nobles ingleses. Ese enfoque tan poco acertado sobre la naturaleza humana prendió en algunos pen-sadores ingleses como Adam Smith, Jeremy Bentham, Thomas Hobbes, John Locke, y por supuesto, en Thomas Malthus.
La filosofía Ortes-Mandeville-Malthus deviene la base del pensamiento y del accionar de la Corona Británica desde entonces. Esa filosofía es la que guía, como ser, a la Sociedad Mont Pelerin, (fundada por el economista austríaco Friedrich von Hayek), que se expresa a través de boca de uno de sus guías espirituales, el “católico conservador” Michael Novak, cuando afirma que “Ningún orden humano inteligente… se puede administrar en base a los preceptos cristianos… Una economía libre… no puede ser una economía cristiana. La única posibilidad realista es construir una economía para pecadores: la única mayoría moral.
Ni qué decir que este espíritu era el imperante entre las noblezas de Europa, desde la rusa, dando la vuelta por Grecia, Rumania, Austria-Hungría, Italia, España, Francia, pasando por las casas menores hasta terminar en la Británica. La elite real era la que por derecho divino era la dueña del mundo, y los vasallos apenas si tenían una “franquicia” real para realizar sus actividades. Lo que conocemos hoy como el G300 ya se había comenzado a gestar cuando las familias banqueras se elevan a un nivel de poder igual al de los reyes y emperadores, puesto que sin sus préstamos, los reinados e imperios no podían financiar ejércitos ni guerras.
Inglaterra ha sido la pionera en el tema “conservación”, entendiendo a este término como el de “conservar los recursos naturales y materias primas” para uso exclusivo de la Corona Británica. Ya se vio la manera en Inglaterra domina a la China a través de la introducción del opio en su población, haciendo adictos a millones de chinos que, con la voluntad quebrada y su resistencia desaparecida, se convirtieron en mano de obra esclava. En la India como en el resto de las colonias en el Sudeste Asiático, se trabajaba para recibir la ración de “ganja,” el producto de la cannabis sativa, la marihuana, o hashis, según su concentración.
Para asegurar que la población nativa no consumiese (comer, alimentarse) recursos naturales que no les pertenecían por mandato divino (y decreto de la reina), los colonizadores se preocuparon de que las poblaciones nativas de sus colonias no aumentaran en número. En África comenzaron a crear “vedados” o “cotos de caza” privados a los que sólo los nobles ingleses podían ingresar, y demás miembros de la raza blanca sajona. Sucedía que las poblaciones nativas habían adquirido a lo largo de miles de años, la pésima costumbre de querer alimentarse y mantenerse vivos. Para ello debía cazar o recolectar (quienes eran lo bastante atrasados para mantenerse en esa etapa del desarrollo cultural) o cazar, recolectar, sembrar y cosechar, y eso no se podía permitir.
Para asegurar el mantenimiento de esos “vedados” se constituyó en la metrópoli una serie de organizaciones destinadas a explorar, y mantener sus territorios vedados. En 1826, cuando ya la teoría de Malthus era política oficial del Imperio y de la Compañía de las Indias Orientales, sir Stamford Raffles fundó a la Sociedad Zoológica de Londres. Raffles había sido virrey de la India y el fundador de Singapur. También inspiró la creación de la Sociedad Zoológica de Nueva York y Francfort. En 1930 se funda la Real Sociedad Geográfica, (Royal Geographic Society), que patrocinó importantes expediciones coloniales al África, como las de Livingstone y Sir Richard Burton. Las juntas directivas de ambas sociedades casi no se diferencian entre sí y están formadas con abrumadora mayoría de nobles ingleses. El príncipe Felipe de Edimburgo, dueño y señor del WWF fue presidente de la SZL en los años 70.
En 1903 se funda a la Sociedad de Conservación de la Fauna y la Flora, (su nombre original era Sociedad de Conservación de la Fauna Silvestre del Imperio) es la segunda en antigüedad entre las organizaciones conservacionistas del Imperio, después de la Real So-ciedad para la Protección de las Aves, fundada en 1889. Su protección hacia las aves y otros bichitos no parece haberse extendido a la raza humana porque junto con la Real Socie-dad Eugenésica (la que propugna la pureza racial y las limpiezas étnicas al estilo Nazi) apa-drinaron la fundación de la Unión Internacional para la Conservación de la Natu-raleza (UICN) y al World Wildlife Funda. Desde su fundación su sede estuvo en el Zoológico de Londres y su patrona es la reina Isabel II.
El carácter político, lejos del afán conservacionista de estas organizaciones se manifiesta en sus jefes y directores: sus vicepersidentes fundadores, lores Milner, Grey, Cromer, Minto, y Cur-zon, fueron todos procónsules imperiales, en el África y la India. Sir Peter Scott, uno de los fundadores del WWF, y desde los años 60 hasta su muerte en 1989 fue presidente de Fauna y Flora, dijo una vez, “Ya que el Imperio en aquel entonces cubría cerca de una cuarta parte del globo, fue un buen punto de partida para la internacionalización del incipiente movimiento de conservación de la vida silvestre.”
El principal objetivo de Flora y Fauna era ampliar a todo el mundo el sistema de parques nacionales, para conseguir afianzar sus intenciones de dominar el territorio y preservar los recursos naturales para uso de la Corona. En 1933, 1938, y 1953 realizó conferencias para organizar nuevos parques. Su secretario, el coronel Stevenson-Hamilton fue el creador del Parque Nacional Kruger de Sudáfrica.
Más tarde, con licencia real se creó la organización llamada Conservación de la Naturaleza (Nature Conservancy), es uno de los cuatro organismos de investigación del Consejo de la Reina. Esta organización fue una de las más poderosas operaciones encubiertas de posguerra que hiciera la Corona. El secretario permanente del presidente del Consejo de la Reina, Max Nicholson, redactó la legislación constituyente del Nature Conservancy. Se encargó también de trazar las principales estrategias y tácticas del movimiento ecologista mundial para las décadas siguientes. Fue Nicholson quien inició la campaña contra el DDT que más tarde popularizara Rachel Carson; redactó la constitución del IUCN; organizó y presidió la comisión fundadora del WWF en 1961; y eligió como primer presidente del WWF a sir Peter Scout. En 1970 publicó un libro sobre los orígenes del movimiento ecologistas de posguerra, cuyo subtítulo era muy sugestivo: “Guía para los nuevos amos de la Tierra.”
La IUCN, por sus siglas en inglés que significan Unión Internacional para la Conserva-ción de la Naturaleza, fue fundada en 1948 por Sir Julian Huxley, con una constitución redactada por el Ministerio de Relaciones Exteriores Británico (Foreign Office), está formal-mente vinculada la las Naciones Unidas, pero sin veeduría de ésta. El WWF se fundó inicial-mente para proveer la financiación del IUCN, y muchas de las comisiones de la IUCN están controladas por “Flora y Fauna”. La IUCN considera que su misión principal es la conserva-ción de la “biodiversidad”. Junto con el UNEP (Programa Ambiental de las Naciones Uni-das) y el World Resources Institute, la IUCN emprendió una “estrategia global de la biodiver-sidad”, que inspira y dirige los planes de conservación y entorpecimiento del desarrollo de muchas naciones.
Luego, será una sorpresa para muchos, pero la UNESCO, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que fue fundada en 1946 por Sir Julian Huxley, define en su documento de fundación la doble misión de la UNESCO: popularizar la necesidad de la eugenesia, y proteger la vida silvestre mediante la creación de parques nacionales, especialmente en África. Entre las organizaciones sospechosas de impulsar la eugenesia, el control de la natalidad obligatorio, la reducción de la población, y otras aberraciones viene a continuación el Programa Ambiental de las Naciones Unidas (UNEP) formado en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente, de 1972, la nefasta Cumbre de Río, organizada por Maurice Strong, también fundador del WWF.
La lista de organizaciones que fueron creadas para “proteger, defender, preservar, con-servar” al ambiente no tienen relación alguna con la intención o el propósito de “mejorar la condición humana”, sino con el definitivo propósito de deshacerse de la mayor cantidad posible de seres humanos, sobre todos de aquellos que no encuadran dentro de los aceptable por la definición eugenésica de “ser humano” de estas organizaciones. Las declaraciones de los miembros más conspicuos y respetados del movimiento ecologista a veces causan escalofríos, pero vale la pena recordar algunos ejemplos. Del Príncipe Felipe de Edimburgo se recuerda las frases:

Hay que “Podar” la población

Al recibir el título honorario de la Universidad de Ontario Occidental, Canadá, 1º de julio de 1983:

"Por ejemplo, el proyecto de la Organización Mundial de la Salud, para erradicar la malaria en Sri Lanka en los años de posguerra, consiguió ese objetivo. Pero ahora el problema es que Sri Lanka debe alimentar al triple de bocas, procurar el triple de empleos, y dar el triple de vivienda, energía educación, hospitales y tierra colonizable para poder mantener el mismo nivel de vida. Con razón ha sufrido el ambiente natural y la vida silvestre de Sri Lanka. El hecho es que los programas de auxilio con las mejores intenciones tienen culpa de esos problemas, al menos en parte.”

De manera que, en la visión de Felipe, lo mejor no es realizar programas de ayuda bientencionados, sino que lo ideal para el ambiente sería impulsar programas dedicados a la eliminación de la mayor cantidad posible de seres humanos. Imbuidos de ese espíritu es que se lanzaron a la espantosa campaña de prohibir al DDT que había casi conseguido erradicar la malaria en el mundo –a costa de tener que alimentar a más gente sana después. Pero, de dónde habré sacado yo esa idea tan maligna sobre el amor que Felipe le tiene a los seres humanos, en especial a los de piel amarronada oscura?
“En caso de reencarnar, me gustaría volver como un virus mortífero, a fin de ayudar en algo a aliviar la sobrepoblación.” (Felipe de Edimburgo, en su prólogo a People As Animals, de Fleur Cowles, 1986.)
¿Por qué este espíritu tan poco cristiano? ¿Cuál es la causa para esta ausencia absoluta de bondad? Bertrand Russell, filósofo inglés ganador una vez del premio Nobel de la Paz –a pesar de haber enloquecido al pobre Winston Churchill con sus demandas para arrojar la Bomba Atómica sobre Moscú a poco de terminar la Segunda Guerra Mundial – en su libro, “The Impact of Science Upon Society, (El Impacto de la Ciencia Sobre la Sociedad) de 1953, pp. 102-104, nos hace saber que

“Pero los malos tiempos, dice usted, son excepcionales y se los puede enfrentar con métodos excepcionales. Esto ha sido más o menos cierto durante la luna de miel del industrialismo, pero no seguirá siendo cierto a menos de que se disminuya enorme-mente el aumento de la población del mundo… La guerra, hasta ahora, no ha tenido un efecto muy grande en este aumento, que continuó a lo largo de las dos guerras mundiales, La guerra ha sido frustrante a este respecto… pero tal vez la guerra bac-teriológica resulte más efectiva. Si una vez en cada generación se propagase por el mundo una Peste Negra, los sobrevivientes podría procrear libremente sin llenar demasiado el mundo… Quizás el estado de cosas sea algo desagradable, pero ¿y qué? Las personas de veras nobles son indiferentes a la felicidad, especialmente la ajena.”

¿Será la “nobleza” del Príncipe Felipe la que le hace tan indiferente a la felicidad ajena –pero le hace preocuparse por la felicidad de los animalitos de la selva? No creo que Felipe se preocupe por los animalitos de la selva, dado que nunca ha dado pruebas de hacerlo. El WWF que fundó en 1961 no llevaba la intención de salvar animales de la extinción. En enero de 1961, meses antes de fundar al WWF, el príncipe Felipe causó una conmoción en los medios conservacionis-tas al haber estado casando tigres de Bengala en la India, en una expedición del Rajá de Jai-pur, y pocos días después, haber disparado sobre una rinoceronte con cría dejándola huérfana y destinada a morir de inanición. Para colmo, la rinoceronte era de una muy extraña especie en peligro de extinción, con sólo 250 ejemplares en todo el mundo.
La verdadera intención de la creación del WWF fue la de crear focos de desestabilización política en África, creando parque nacionales que sirvieran de refugio para las guerrillas de los diversos países Africanos. Precisamente, los guerrilleros Ruandeses que invadieron Ruanda causando la increíble y espantosa masacre de 1.500.000 de tutsis, partieron de los Parques Nacionales de los Gorilas, en Uganda, Virunga, (Zaire) y de los Volcanes (Ruanda), donde gozaban de la protección del WWF y, según acusa el Congreso Nacional Africano, el WWF les proveyó de material paramilitar (bazookas, Ak-47s, munición, granadas, etc.) que habían transportado allí “para combatir a los cazadores furtivos de elefantes”.

El Genocidio de Ruanda

Hasta abril de 1994, la población de Ruanda era de unos 7.200.000 habitantes. Para septiembre habían muerto ya más de 1.00.000. La Agencia de Desarrollo Internacional de EEUU calcula que 2,576.000 ruandeses fueron desplazados dentro de Ruanda. En esa cifra se incluye a 1,3 millones que se trasladaron a la antigua zona francesa de seguridad ubicada al sudoeste del país. Otras 2.333.000 personas están refugiadas fuera de Ruanda: 1.542.000 en Zaire, 210.000 en Burundi, 460.000 en Tanzania, y 10.500 en Uganda. Es decir, 5,799.000 personas, el 80,6% de la población ha muerto o ha sido desarraigada. ¿Podríamos sospechar que el G300, Inglaterra y las Naciones Unidas tuvieron alguna responsabilidad en esta hecatombe? Si así no fuese, no se lo estaría contando.
Ruanda fue aniquilada, despedazada; su población casi exterminada (aquí hubo genocidio, pero del serio), y fue obra del dictador de Uganda, Yoweri Museveni y de la Ministra de Fomento de Ultramar Británica, Lady Lynda Chalker. La tragedia de Ruanda no comenzó con el asesinato del presidente Juvenal Habyarimana el 6 de abril de 1994, sino con la invasión de Ruanda que, con el respaldo británico, realizó el alto mando del ejército Ugandés en octubre de 1990. Para una más detallada cronología de los hechos y la demostración de la participación británica en los horribles sucesos de 1994, ver el Apéndice 1: Ruanda.

Examinar el mapa de sistemas parques naturales de África es una experiencia muy instructiva. El tamaño total de estos parques y reservas naturales es sorprendente. El parque Kruger de Sudáfrica, por ejemplo, tiene una superficie igual a la del estado de Massachussets en EEEUU, mientras que el descomunal complejo de parques de Zambia es más grande Gran Bretaña. Pero lo significativo y alarmante es que los parques están situados en las fronteras entre dos y hasta tres naciones, que se juntan para formar parques bi y trinacionales que sobrepasan las fronteras.
Estos parques no están ubicados en esas regiones por cuestiones estéticas o de conveniencia ecológica o de conservación. A diferencia de Europa, donde las fronteras está generalmente demarcadas por bellas regiones montañosas y ríos, las fronteras de los países Africanos fueron dibujadas arbitrariamente por las potencia Europeas en sus conferencias imperiales. Inglaterra es conocida por su afición a crear naciones nuevas y hacer desaparecer las viejas, según su conveniencia. Dos casos paradigmáticos recientes fueron el Estado de Israel y Kuwait, mientras que permanece indiferente ante el despedazamiento de otras naciones y su reparto entre los vecinos, como en el caso de Armenia.
No hay nada especial en las fronteras de los países Africanos que no se pueda encontrar al interior de los mismos. La ubicación de los parques nacionales en las regiones de frontera tiene el propósito bien definido: practicar el genocidio y la desestabilización de África.
La creación de parques nacionales y reservas en África muestra dos fases distintas. La primera es la fase de la preservación, el acceso a la cacería se restringió para que sólo pudieran cazar los miembros de elite colonial blanca, supuestamente para preservar el linaje de las especies preferidas para sus cacerías de trofeos. Las autoridades coloniales desalojaban a las poblaciones nativas de extensas regiones que declaraban “vedadas a la caza”, y se impedía a la población nativa que cazara para su subsistencia. Es la herencia normanda de la realeza inglesa, que recuerda a los bosques vedados de Sherwood donde Robin Hood supuestamente robaba a los ricos para entregarles a los pobres. Cuentos para niños. Pero la costumbre existía, y se transplantó a los nuevos dominios reales de África.
Después de Segunda Guerra Mundial se inició la segunda fase: la conservación. La cacería se fue prohibiendo para todos y la obsesión ritual que tenía la elite colonial por la cacería se reemplazó por gradualmente por una “conciencia ecológica” de adoración a Gaia. Los”parque nacionales” reemplazaron a las “reservas de caza,” y las Leicas, Rolleiflex y Nikon reemplaza-ron a los Mauser, las Purdey y los Holland & Holland. El 600 Nitro Express dejó paso a las 36 exposiciones, 35 mm, 100 ASA/21 DIN.
Los acuerdos y conferencias internacionales (realizadas en Europa entre las potencias coloniales) llegaron a decidir la suerte de los nativos Africanos y su derecho a no cazar nada, ya que hasta se les prohibió el uso de redes y trampas tradicionales – aún fuera de los parques nacionales y “vedados”. Al mismo tiempo, se reafirmó el acuerdo conjunto previo entre las autoridades coloniales inglesas, alemanas, portuguesas, francesas, holandesas e italianas de prohibirles a los nativos el uso de las armas de fuego. Los parques y reserva naturales constituidas por los acuerdos de 1900 y 1933 establecieron legalmente fronteras internas dentro de las colonias, que los nativos no pueden cruzar, con el pretexto de la conservación de la vida silvestre. Estas fronteras internas, que forman enclaves coloniales, continúan funcionando aún después de que las colonias obtuvieron su independencia.
Para poder comprender a fondo la farsa – y el fraude al público que aportó su dinero – que ha significado la creación y accionar del World Wide Fund, más tarde Worldwide Fund for Nature, o WWF como protector y salvador de animales en peligro de extinción, debería leer el Capítulo 16, de mi libro Ecología: Mitos y Fraudes, en este mismo sitio: WWF: World Wide Fraud?, donde se enterará sobre el Informe Marfil Negro, del cazador contratado por el WWF en 1972 para analizar el estado de la fauna de caza en Kenia y que, una vez entregado le costó tres días de palizas y torturas en la famosa comisaría de Langatta Road, en Nairobi, porque había descubierto que la familia del presidente Jomo Kenyatta era la principal involucrada en la cacería ilegal y el tráfico de marfil y cuernos de rinoceronte a oriente. Conocerá que mientras Ian Parker recibía su paliza y amenazas de muerte para mantener la boca cerrada, el presidente internacional del WWF, Príncipe Bernardo de Holanda premiaba al Kenyatta con la Orden del Arca Dorada, especialmente creada para él, “por haber salvado al rinoceronte.”
Podrá leer las conclusiones del Informe del Profesor John Phillipson, de la Universidad de Oxford, cuando terminó una auditoría solicitada por el mismo WWF sobre la efectividad de la organización para desarrollar su misión “salvadora”. El informe Phillipson, un prolijo racconto de 252 páginas es cerrado con la conclusión de que lo menos que sabía y hacía el WWF era “salvar especies determinadas”.
También sabrá que en 1963, siete años antes de cambiar su informe por una paliza, el cazador profesional Ian Parker recibió el encargo del WWF de eliminar a 2500 elefantes de una región, y de paso liquidar a 4.000 hipopótamos en la misma operación. La excusa era la maltusiana de que “había que matar algunos para evitar que la sobrepoblación matase a toda la especie.” Quizás no sabía usted que la African Wildlife Leadership Foundation, funda-da por Russell Train, (ex administrador de la EPA), presidente del WWF de Estados Unidos, también contrató a Parker en 1975 (tres años después de la paliza histórica) para que mata-ra prácticamente a todos los elefantes de Ruanda, con el argumento dque los ruan-deses eran incapaces de proteger al mismo tiempo a los elefantes y a los gorilas de las monta-ñas.
Y qué diría si usted fuese ecologista (o conservacionista) honesto y bien intencionado, y se enterase de que el príncipe Felipe y su WWF premiaron en 1986 con una medalla de oro al ex mercenario rhodesiano Clem Coetzee por supervisar con éxito total la matanza de 44.000 elefantes en Zimbabwe, porque el WWF aducía que era necesario para proteger al am-biente. El director general del WWF, Dehaes, cuando entregó la medalla dijo que la “obra” de Coetzee era “un modelo para toda África.” En realidad, la matanza se hizo impulsada por un plan del FMI para liberar espacio para granjas que producirían carne para el mercado Común Europeo. En la primera feria, se descubrió que el ganado estaba enfermo de aftosa y los planes de la exportación de ganado se esfumaron para siempre. Pero Zimbabwe se quedó cargando la deuda con el FMI -y sin ningún elefante más.
De los 110 millones de dólares (libres de impuestos) que Felipe y su WWF habían recaudado hasta 1980 para “salvar al rinoceronte”, se descubrió que sólo había invertido 118.533 francos suizos para hacerlo. En ese mismo lapso, la población de rinocerontes había declinado 95,5% gracias, en gran parte, a Jomo Kenyatta, su familia, y a los guardias del WWF del cráter del Ngorongoro. El WWF financió un programa de guardias en el cráter para proteger desde 1964 a los 108 rinocerontes que aún quedaban allí. Pero para 1981 sólo quedaban 20. Ninguna de las tres unidades de guardias militarizados había capturado a ningún cazador furtivo en años. Ese año de 1981, una testigo le dirigió una carta a la African Wildlife Leadership Foundation de Nairobi, que da algunas pistas sobre adonde fue a para el dinero del WWF y qué pasó en realidad con los rinocerontes:
La testigo informó en su carta que los guardias del WWF habían matado a dos mansos rinocerontes machos y malherido a una hembra, “todo a la luz del día”,. Y concluyó: “¿No es bastante claro lo que está pasando en el cráter?” También pregunto yo, “¿No es claro lo que está pasando con el WWF del príncipe Felipe, y el movimiento ecologista multinacional?

El Memorando NSSM-200

Cabe ahora mencionar el Memorando Secreto de Seguridad Nacional No. 200, emitido por Henry Kissinger y su Consejo de Seguridad Nacional en 1974, titulado “Implicancias del Crecimiento de la Poblacion Mundial para la Seguridad y los Intereses de los Estados Unidos,” que recomendaba dirigir un programa de reducción de la población de 13 países del Tercer Mundo productores de materia primas necesarias para los Estados Unidos. Kissinger indicaba en su escrito que

“Cuánto más fácil serían los desembolsos para combatir la natalidad, que los destinados a incrementar la producción por medio de inversiones directas en irrigación, o proyectos para generar energía construir fábricas,…”

…que se requerirían si se permitiese el aumento de la población y un mayor nivel de vida en esos países. Las elites quieren reducir esas poblaciones del Tercer Mundo a un nivel de mera subsistencia, a fin de reducir al mínimo los costos de producir material primas en las tierras que intentan usurparles. En nombre de la ecología mundial –por supuesto.

Maurice Strong y el Fin del Mundo

Larry Abraham, publicó en 1993 un libro titulado The Greening (El Verdecer), donde hace revelaciones esclarecedoras e impresionantes sobre el movimiento ecologista y la amenaza que representa para la humanidad e, irónicamente, para el ambiente. Abraham nos habla de gente “peligrosa”. Naturalmente, todos los integrantes del G300 son peligrosos. No se detendrán ante nada. Jamás lo han hecho. Nos relata Abraham que Daniel Wood, de la revista West, entrevistó en mayo 1990 a Maurice Strong. El espítiru de lo dicho en la entrevista se puede resumir en la conclusión que hace el mismo Strong: “La única manera de salvar al planeta de la destrucción es que las civilizaciones industrializadas se derrumben.
Dice Word que Strong imagina una novela que le gustaría escribir y le describe su argumento. En la trama de la novela, el Foro Económico Mundial se reúne en Davos, Suiza. Más de mil jefes de estados, primeros ministros, ministros de economía, y académicos de avanzada se reúnen para asistir a reuniones y fijar agendas económicas para el año entrante. “¿Qué ocurriría,” dice Strong, “si un pequeño grupo de estos líderes del mundo (funcionales del G300?) llegara a la conclusión de que el mayor riesgo que corre la Tierra proviene de las acciones de los países ricos? Y para que el mundo sobreviva, esos países ricos deberán firmar un tratado que reduzca su impacto sobre el medio ambiente, ¿Lo harán?”
Esto nos hace parar la oreja porque nos suena muy similar a toda la atmósfera que rodea a las catástrofes anunciadas por la Letanía Verde; inminentes y espantosos Apocalipsis que exterminarán a la vida sobre la Tierra -si la humanidad no hace lo que los políticos y científicos a sueldo del G300 dicen que tiene que hacer: derrumbar la civilización industrial. Firmar el Tratado de Kioto. Sigamos oyendo a Wood y su escalofriante entrevista con Maurice Strong:
Strong retoma su cuento. “La conclusión del grupo es 'no'. Los países ricos no lo harán. No cambiarán. Así que para salvar al planeta, el grupo decide: ¿No es cierto que la única esperanza del mundo es que las civilizaciones industrializadas se derrumben? ¿No somos responsables de lograr que eso ocurra?

“Este grupo de líderes del mundo,” continúa, “forma una sociedad secreta (el G300?) cuyo objeto es ocasionar un derrumbe económico… No son terroristas, son líderes mundiales. Se han ubicado en puestos claves de los mercados mundiales de productos y acciones de la bolsa… y maquinado una situación de pánico por medio de sus accesos a las bolsas de acciones, las computadoras y el abastecimiento del oro. Acto seguido, impiden que cierren los mercados de la bolsa del mundo. Atascan el engranaje. Contratan a mercenarios que toman como rehenes al resto de los líderes del mundo que se encuentran en Davos. El mercado no puede cerrar. Los países ricos…” – Aquí Strong mueve sus dedos en el gesto de quien arroja por la ventana a una colilla de cigarrillo.

Wood permance hipnotizado frente a Strong. Aquí no se trata de cualquier relator de cuentos. Es Maurice Strong. Él conoce a esos líderes mundiales. De hecho, es presidente del adjunto del foro Económico Mundial. Se sienta en el centro mismo del poder. Está en condiciones de poder realizar lo que sueña. Es parte del G300 y puede convencer a sus amigos de hacerlo si así lo consideran necesario. Para peor, lo están haciendo. El Tratado de Kioto es la muestra.
Abraham llega a la conclusión de que el carácter megalómano de las ensoñaciones de Strong habla por sí solo; que se ha rodeado de un grupo de gente que cree en un cercano Apocalipsis y que a su alrededor está apareciendo un culto a la personalidad. Strong, nos dice Abraham, “forma parte de un grupo de elitistas terriblemente peligrosos, que realmente creen que son los reyes de los filósofos Platónicos. Sólo ellos son dignos de gobernar al mundo. Al fin y al cabo, sin su luz conductora 'nada podrá salvar a la humanidad de sí misma.”

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