3.3. Peter Singer y su "nueva" ética

“Después de haber elaborado reglas para disciplinar nuestra manera repensar y decidir sobre la vida y la muerte durante casi dos mil años, la ética tradicional de Occidente se ha derrumbado”. Peter Singer

Con esta afirmación triunfalista, el profesor Peter Singer abre su obra capital, Repensar la vida y la muerte: el derrumbe de nuestra ética tradicional, donde pone de manifiesto una actitud de revolucionaria confianza que nos trae a la memoria otro iconoclasta ateo, Derek Humphry, que dijo: “Estamos intentando derribar dos mil años de tradición cristiana”.
La nueva tradición a la que Singer da la bienvenida está fundamentada en una ética de la “calidad de vida”. De ella se afirma que reemplaza la moralidad saliente, basada en el “carácter sagrado de la vida”. Wesley J. Smith afirma que

Repensar la vida y la muerte puede considerarse justamente como el Mein Kampf del movimiento proeutanasia, en cuanto que se deshace de muchos de los eufemismos característicos de la literatura proeutanasia y no tiene reparos en reconocer lo que es la eutanasia: matar.

Un movimiento en pro de los derechos de los minusválidos que lleva por nombre “Aun No Estamos Muertos” se ha opuesto rotundamente a los puntos de vista de Singer sobre la eutanasia. Algunos le llaman el Profesor Muerte. Otros han llegado a compararlo con Josef Mengele. Troy McClure, un defensor de los derechos de los minusválidos, le considera “el hombre más peligroso que existe hoy en el mundo”. Hay, efectivamente una rotundidad en los pronunciamientos de Singer que dan a su pensamiento una cierta transparencia. Esto hace que su filosofía, en términos comparativos, sea fácil de entender y evaluar.
A pesar de la vehemencia de algunos de sus oponentes, en otros círculos el profesor Singer es considerado un respetado y eminente filósofo y especialista en bioética. Sus libros tienen muchos lectores, sus artículos son recogidos con frecuencia en antologías, está muy solicitado en todo el mundo como conferenciante y ha dado conferencias en prestigiosas universidades de diferentes países. Actualmente ocupa la Cátedra Ira W. DeCamp de Bioética en el Centro para el Estudio de los Valores Humanos de la Universidad de Princeton. Y ha escrito un artículo de relevancia para la Enciclopedia Británica.
La filosofía de Singer arranca de un amplio igualitarismo y culmina en un estrecho preferecialismo. Su igualitarismo le ha ganado muchos partidarios; su preferencialismo, detractores. De ahí que sea a la vez objeto tanto de profunda admiración como de sólidas críticas. En su conocido artículo “Todos los animales son iguales”, Singer expresa su desprecio por el racismo y el sexismo. Aquí se sitúa sobre terreno firme. A Partir de ahí, invita a sus lectores a conquistar “la última forma de discriminación contra los animales. Se refiere a esta forma de discriminación, utilizando un término acuñado por Richard Ryder, como “especiesismo”. Esta forma de discriminación se basa en el presupuesto, absolutamente sin fundamento según Singer, de que hay especies superiores a otras. “Es esencial”, escribe, “que extendamos a otras especies el básico principio de igualdad que la mayoría de nosotros consideramos debe extenderse a todos los miembros de nuestra propia especie”. Aquí Singer se conquista a los activistas que luchan por los “derechos” de los animales. En 1992 escribió Liberación animal, un libro dedicado por entero a esta cuestión.
A partir de lo visto, debería resultar evidente que lo que Singer hace es llevar el darwinismo a sus últimas conclusiones. Como hemos visto, el darwinismo eliminó cualquier distinción esencial entre seres humanos y otras especies, colocándolos a todos en el mismo espectro evolutivo. Como Darwin rechaza la comprensión tradicional de la dignidad única de la especie humana – que los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, tienen un alma inmortal e inmaterial –, el darwinismo no puede sino rechazar cualquier distinción moral basada en la idea tradicional del carácter distintivo de la naturaleza humana.
No puede por tanto sorprendernos que Singer rechace lo que considera maneras no filosóficas de aproximarse a la comprensión de los seres humanos y los animales no humanos. De este modo, encuentra que nociones como “carácter sagrado de la vida”, “dignidad”, “creados a imagen de Dios” y otras por el estilo son nociones espurias. “Las bellas palabras”, nos dice, “son el último recurso de los que se han quedado sin argumentos”. Siguiendo a Darwin, considera que la naturaleza humana no es más que otra fase en el flujo constante de la evolución. Por tanto, rechaza la idea de que los seres humanos tengan una naturaleza determinada. Como resultado, no asigna significado moral o filosófico alguno a términos tradicionales como “ser”, “naturaleza” o “esencia”. Se enorgullece de ser un filósofo moderno que se ha desembarazado de esos “grilletes metafísicos y religiosos”.
Para Singer, lo verdaderamente relevante es la capacidad de sufrir que tienen tanto los humanos como los animales no humanos. Está claro que los animales no humanos, y especialmente los mamíferos, sufren. En este punto, Singer añade a sus seguidores igualitaristas otro grupo: el de los que basan su ética en la compasión. Lamenta el hecho de que los humanos sometamos y utilicemos de forma cruel y desconsiderada a los animales no humanos comiendo su carne y experimentando con ellos. Por tanto, aboga por una dieta vegetariana para todos y un recurso muy restringido a la experimentación con animales.
Al juzgar como iguales la capacidad de sufrir de los animales humanos y no humanos, Singer sustituye la ética del carácter sagrado de la vida por una ética de la calidad de vida, la cual, según su punto de vista tiene unos cimientos más sólidos y realistas. De este modo, Singer posee aparentemente una multitud de virtudes modernas. Tiene una mente abierta, es razonable, no discriminatorio, compasivo, innovador, iconoclasta y coherente. Lo que cuenta es la calidad de vida, no unas nociones abstractas y gratuitas que no pueden ser corroboradas a través de un análisis racional.
En una ocasión, Charles Darwin supuso que “los animales, nuestros hermanos en el dolor, en la enfermedad, en el sufrimiento y en el hambre (…) quizá compartan con nosotros un origen común en un ancestro remoto (…) quizá todos estemos mezclados unos con otros”. Singer asume la “conjetura” de Darwin y la convierte en una convicción. De este modo, añade a los darvinistas y a todo género de evolucionistas a su cohorte de seguidores.
Tanto los animales humanos como los no humanos son fundamentalmente seres que sufre. Poseen consciencia, lo que les confiere la capacidad de sufrir o disfrutar de la vida, de ser desgraciados o de ser felices. Este hecho incontrovertible da a Singer una base, paradójicamente, para una nueva forma de discriminación, que es más injusta que las que las que él condena sin paliativos. Singer identifica el estado de sufrimiento o disfrute de todos los animales con su calidad de vida. De ahí se sigue, por tanto, que los que sufren más que otros tienen una menor calidad de vida, y que los que no poseen una consciencia suficientemente desarrollada no llegan al nivel de personas. Argumenta, por ejemplo, que en el caso de un bebé con síndrome de Down, o cuya “vida haya comenzado en muy malas condiciones”, los padres deberían ser libres de matar al niño durante sus veintiocho primeros días de vida. Aquí se muestra fundamentalmente de acuerdo con Michael Tooley, un filósofo al que admira, que afirma que “los humanos recién nacidos no son ni personas ni cuasipersonas, y su destrucción en modo alguno es algo intrínsecamente malo”. Tooley entiende que matar a un niño se convierte en algo malo cuando éste adquiere “propiedades moralmente significativas”, algo que en su opinión ocurre alrededor de tres meses después de su nacimiento.
Al haber desechado toda distinción relevante entre seres humanos y animales, Singer no tiene más remedio que declarar que algunos humanos son no personas, mientras que algunos animales no humanos son personas. La clave no está en la naturaleza o en el hecho de pertenecer a una u otra especie, sino en la consciencia. Un humano aún carente de consciencia no puede sufrir tanto como un caballo dotado de consciencia. Al tratar con animales sólo nos preocupa su calidad de vida. Liberamos de su desgracia a un caballo al que se le ha roto una pata lo más rápido posible. Este acto de misericordia ahorra al animal una cantidad sin cuento de sufrimiento innecesario. Si vemos a los animales humanos del mismo modo,, nuestra oposición a matar a los que sufren comenzará a disolverse. La ética de la “calidad de vida” tiene un correlato tangible cuando se toma como medida el sufrimiento; la ética del carácter sagrado de la vida” tiene como referencia poco más que vapor.
Aquí es donde Singer se gana una multitud de detractores. Según este pensador de vanguardia, los niños no nacidos o recién nacidos, la carecer de la necesaria consciencia que les dota de la condición de personas, tienen menos derecho a continuar viviendo que un gorila adulto. Por la misma regla de tres, un niño enfermo o disminuido tendría menos fuerza en su pretensión de no ser eliminado que un cerdo maduro. Singer escribe en Repensar la vida y la muerte:

"Los bebés humanos no nacen conscientes de sí mismos ni capaces de valerse por sí mismos durante un cierto tiempo. No son personas. De ahí que su vida no parezca ser más digna de protección que la vida de un feto".

Y escribiendo específicamente sobre los bebés con síndrome de Down, aboga por cambiar al niño discapacitado o defectuoso (que estaría aparentemente condenado a un sufrimiento excesivo) por un bebé con mejores perspectivas de ser feliz:

“Puede ser que no queramos que un niño emprenda el viaje de la vida si sus perspectivas son sombrías. Cuando esto puede saberse en un momento muy temprano del viaje, quizá podamos aún tener la oportunidad de empezar desde cero. Esto significa desprendernos del bebé que ha nacido, cortar los lazos que han empezado a atarnos a nuestro hijo antes de que se haga imposible. En lugar de seguir adelante y poner todo esfuerzo en hacer lo posible, podemos todavía decir que no y comenzar de nuevo desde el principio”.

No es necesario decir que al nacer todos nos embarcamos en un incierto viaje. La vida está llena de sorpresas. Helen Keller puede vivir una vida plena; Loeb y Leopold pueden llegar a convertirse en asesinos sin piedad, a pesar de haber nacido como privilegiados de la fortuna. (Richard A. Loeb y Nathan F. Leopold: adinerados estudiantes de la Universidad de Chicago que en 1924 asesinaron a un joven de catorce años, pretendiendo así probar que su superioridad intelectual les capacitaba para cometer un crimen perfecto) ¿Quién puede predecirlo? Los seres humanos no pueden pasar controles de calidad como los que se emplean en las fábricas. La preocupación de Singer por la calidad de vida le hace perder de vista la realidad y el valor de la vida misma.
Paradójicamente, el hombre que afirmó estar conquistando el último reducto de discriminación estaba ofendiendo a sus lectores precisamente debido a su tendencia a la discriminación (o incluso debido a su uso incorrecto de la discriminación). Algunas afirmaciones que aparecían en la primera edición de su Ética práctica fueron eliminadas en la segunda. Entre ellas se incluye su degradación de las personas con síndrome de Down, su calificación de las personas con desórdenes mentales como “vegetales”, su clasificación de la mente de un humano de un año por debajo de la de muchos animales irracionales, y su afirmación de que “no (…) todo lo que hicieron los nazis fue horrendo; no podemos condenar la eutanasia sólo porque los nazis la practicaron”.
Para Peter Singer, un ser humano no es un sujeto que sufre, sino “un sufriente”. El error de Singer en este punto es confundir al sujeto con su consciencia. Es un error que tiene su origen en el cartesianismo del siglo XVII, condensado en la famosa frase de Descartes “pienso, luego existo” (lo cual significa identificar el ser con el pensar). Descartes definió al hombre solamente en términos de su consciencia como cosa pensante (res cogitans9 en lugar de cómo sujeto que posee una consciencia.
En contraste, en el corazón del personalismo del papa Juan Pablo II (su filosofía de la persona) se encuentra su reconocimiento de que es la persona individual el sujeto de la consciencia. Ese sujeto puede existir antes de su consciencia (como ocurre en el caso del embrión humano) o durante lapsos en su consciencia (como en el sueño o en un coma). Pero el sujeto no puede ser identificado con la consciencia, que es una operación o actividad del sujeto. El Santo Padre rechaza lo que denomina la “hipostatización del cogito” (la reificación de la consciencia), precisamente porque ésta ignora la realidad fundamental del sujeto de la consciencia – la persona – que es también el objeto de amor. “La consciencia misma” debe ser considerada “ni como un sujeto individual ni como una facultad independiente”.
Juan Pablo II se refiere a esta elevación de la consciencia al equivalente al mismo ser de la persona como a “el gran salto antropocéntrico de la filosofía”. Al hablar de un “salto” quiere expresar un movimiento de alejamiento de la existencia hacia una especie de absolutización de la consciencia. Apoyándose en Santo Tomás de Aquino, el Santo Padre reitera que “no es el pensamiento el que determina la existencia, sino la existencia, el “esse”, lo que determina el pensamiento”.
Singer, al intentar tener la mente más abierta de lo que es razonablemente posible, ha creado una filosofía que deshumaniza a las personas, reduciéndolas a puntos de consciencia que no pueden distinguirse de los puntos de consciencia que son los animales no humanos. De este modo, para el especialista en bioética de Princeton lo más importante no es la existencia del ser en cuestión, sino su calidad de vida. Pero este proceso de deshumanización conduce directamente a la discriminación de aquellos cuya calidad de vida no está suficientemente desarrollada. Al final, Singer no tiene elección: tiene que dividir a la humanidad entre los que tienen un estado de vida considerado deseable y los que no. De este modo, su amplio igualitarismo acaba degradándose en un estrecho preferencialismo:

“Al rechazar la creencia en Dios, debemos abandonar la idea de que la vida en este planeta tiene algún sentido previamente ordenado. La vida comenzó, según nos cuentan las mejores teorías disponibles, en una combinación fortuita de gases; luego evolucionó a través de mutaciones al azar y de la selección natural. Todo esto simplemente sucedió: no sucedió como parte de plan general alguno. Sin embargo, ahora que ese proceso ha dado como resultado la existencia de seres que prefieren un determinado estado de cosas a otro, puede ser posible considerar unas vidas en concreto como dotadas de sentido. En este aspecto, algunos ateos son capaces de encontrar un significado para la vida”.

La vida puede tener sentido para un ateo cuando éste es capaz de pasar su vida en un “estado de vida deseable”. Pero la perspectiva atea no se centra aquí en las personas; se centra en la felicidad. Esta peculiar preferencia por la felicidad por encima de las personas engendra una lógica escalofriante. No son la vida humana o el ser humano ya existente los que son buenos, sino es “estado de vida deseable”. La vida humana no es sacrosanta, es un cierto tipo de vida lo que puede tener “sentido”. Si un bebé es disminuido, ¿no tiene sentido matarlo y cambiarlo por otro que no lo es y que “por lo tanto” tiene más posibilidades de ser feliz? “Cuando la muerte del niño disminuido”, escribe Singer, “puede llevar al nacimiento de otro niño con mejores perspectivas de una vida feliz, la cantidad total de felicidad será mayor si se mata al niño disminuido”.
Singer tiene una cierta razón en un punto quizá marginal: si todas las cosas son absolutamente lo mismo, es mejor ser más feliz que menos feliz. Pero este razonamiento difñicilmente puede justificar acabar con la vida de una persona que tiene menos felicidad que la felicidad, hipotéticamente mayor, que se supone tendrá su posible sustituto. La ética debería centrase en la persona, no en la cantidad de felicidad que esa persona puede o no gozar. Es el sujeto que existe el que tiene derecho a la vida, y ni Singer ni nadie que emplee una “calculadora de felicidad relativa” deberían privarle de ese dercho.
Habiendo perdido de vista la existencia concreta, Singer inevitablemente razona en el mundo de las abstracciones. Es un humanista, cabría decir, porque quiere que las personas disfruten de un estado de vida mejor y más feliz. Pero la cuestión más relevante es que él no está particularmente interesado en las vidas reales de quienes se enfrentan a estados de vida que él considera menos deseables. Por contraste, el papa Juan Pablo II hace hincapié en que cada vida humana es “inviolable, irrepetible e irremplazable”. Con esta afirmación, el Pontífice da a entender que nuestra primera prioridad debería ser amar a seres humanos más que a preferir estados de vida más deseables.
Aun así, Singer cree que coincide con Juan Pablo II en un punto importante. En un artículo publicado en 1995 en el semanario londinense The Spectator, titulado “Matar bebés no siempre es malo”, Singer dijo del Papa: “En ocasiones pienso que él y yo al menos compartimos la virtud de ver claramente qué es lo que está en juego”. La Cultura de la Vida basada en la ética del carácter sagrado de la vida es lo que está en juego. El Papa y el profesor Singer se mueven en mundos completamente opuestos. “Tuvo que llegar el día”, afirma Singer, “en que Copérnico demostró que la Tierra no es el centro del universo. Es ridículo pretender que la vieja ética tiene sentido cuando está claro que no lo tiene. La idea de que la vida humana es sagrada simplemente porque es humana es medieval”.
Pero hay unas cuantas cosas que están claras. Una es que Copérnico no “demostró” que la Tierra no es el centro del universo: propuso una teoría basada en la errónea suposición de que los planetas viajan trazando círculos perfectos, a partir de la cual formuló la hipótesis de que el Sol está en el centro, no del universo, sino de lo que hoy llamamos el Sistema Solar. Otra es que la noción del carácter sagrado de la vida judeocristiana, no es una construcción arbitraria de la Edad Media. Y otras es que es contrario a la ética matar a los disminuidos por el mero hecho de que lo sean.
En un foro de Princeton, Singer dijo que habría apoyado a los padres de los disminuidos que se oponían a sus ideas si hubiesen pretendido matar a sus vástagos cuando eran niños. Éste es el tipo de comentario desconsiderado que le garantiza que sus oponentes minusválidos seguirán luchando contra él.
Un error adicional del pensamiento de Singer es su suposición de que el sufrimiento (o la felicidad) de los individuos puede de algún modo sumarse para dar lugar a “todo el sufrimiento del mundo”. C.S. Lewis explica que si tienes un dolor de muelas de intensidad x, y otra persona que está contigo en la habitación tiene un dolor de muelas de intensidad x, “puedes, si lo deseas, decir que la cantidad total de dolor acumulado en la habitación es 2x. Pero debes recordar que ninguno de los dos está sufriendo 2x”. No existe nada parecido a un compuesto de dolor en la conciencia de nadie. No existe nada parecido a la suma del sufrimiento colectivo de todos los seres humanos, porque no existe nadie que lo sufra.
Otro error en el pensamiento de Singer es su pretensión de que la filosofía debería construirse solamente sobre la base del pensamiento racional, y que debe desconfiarse de los sentimientos y de las emociones, quizá incluso prescindir totalmente de ellos. Al razonar en torno al niño de pocos meses, en su obra Érica práctica nos aconseja “dejar aparte los sentimientos que suscita su apariencia pequeña, indefensa y en ocasiones encantadora”, de modo que podamos analizar los aspectos más éticamente relevantes, tales como su calidad de vida. Este enfoque fríamente cerebral es radicalmente incompatible con nuestra capacidad para extraer gozo alguno de la vida. Al “dejar aparte los sentimientos”, también tenemos que dejar aparte la capacidad de gozar. No es la mente lo que se siente lleno de gozo, sino el corazón. De este modo, el hombre (Singer) que afirma primar la felicidad está dispuesto a desactivar la facultad misma que hace posible la felicidad. El doctor David Gend, internista y secretario de la sección local de Queensland (Australia) de la Federación Mundial de Médicos Provida, sugiere que el anuncio que hace Singer del colapso de la ética del carácter sagrado de la vida es prematuro:

“Ni Herodes pudo matar a todos los inocentes, ni Singer corromperá el amor por la inocencia en todos sus lectores. Mientras queden corazones que se conmuevan ante la imagen de un niño que se estremece en su sueño, o incluso ante la del movimiento del bebé por ultrasonidos a las dieciséis semanas, la llamada de Singer a “dejar aparte los sentimientos” a la hora de matar bebés seguirá apestando a podrido”. David van Gend

Razón y emociones no se oponen. Ésa es la suposición intrínseca al dualismo cartesiano. En la persona integral, razón y emociones forman una unidad indisoluble. De ese modo, que una persona deje aparte sus sentimientos a fin de poder analizar una situación “éticamente” equivale para ella a dejar aparte su misma humanidad. Es precisamente este radical abandono de los propios sentimientos morales, particularmente relevante en el caso en que un individuo no experimenta emoción alguna al tener en sus brazos a un niño recién nacido, lo que constituye una indicación de desorden moral. Singer parece acercarse a la ética práctica del mismo modo que uno se acerca a la matemática práctica. Pero eso es deshumanizar la ética. Percibir la signifcación ética de las cosas no es una actividad especializada de la razón. Existe un “sentido de lo moral” (James Q. Wilson) y una “sabiduría en el sentimiento de repulsa” (Leon Kass), un “conocimiento a través de la connaturalizad (Jacques Maritain) y una “copresencia” (Gabriel Marcel), que están presentes en la integración armoniosa de razón y emoción.
“El corazón tiene razones que la razón no entiende”, dijo Pascal. El neurobiólogo Antonio Samasio, autor de Descartes´s Error: Emotion, Reason and the Human Brain (El error de Descartes: Emoción, razón y el cerebro humano), considera científicamente probado que “la ausencia de emoción parace ser al menos tan perniciosa para la racionalidad como el exceso de emoción (…) La emoción bien puede ser el sistema de apoyo sin el cual el edificio de la razón no puede funcionar correctamente y puede incluso derrumbarse”. La ética que parece tener más posibilidades de “derrumbarse” es, por tanto, no la que se basa en la integración personal de razón y emociones, sino el enfoque racional disociado de la emoción que, de ese modo, queda mutilado, vulnerable, y contraproducente.
Singer subraya la importancia de la razón, de la amplitud de mente y de la compasión. Pero su excesivo énfasis en la razón desplaza a los sentimientos humanos. Su defensa entusiasta de esas causas de mente amplia le hace perder de vista el carácter distintivo del ser humano (no ve objeción alguna a las “relaciones” sexuales entre animales humanos y no humanos). Y su sensibilidad para la compasión es ejercitada al precio de no entender el modo en que el sufrimiento puede adquirir un significado personal. Al final, su filosofía es parcial y deforme. Se encuadra en la Cultura de la Muerte porque desconfía de la región del corazón, no es capaz de discernir la verdadera dignidad de la persona y eleva el acto de matar seres humanos inocentes – jóvenes o viejos – al de higiene social.

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